Su oficio era el de curandero. Sabía mil y una recetas para curar todos los dolores. Pero a pesar de ganar bastante dinero era muy tacaño y me daba poco de comer. Entonces yo tuve que aprender a hacerle trampas para poder comer algo. Por ejemplo, tenía un botijo para beber vino pues al principio antes de que el lo cogiera para beber yo bebía dos tragos y luego se lo daba. Sin embargo, el se dio cuenta y ya no me lo daba nunca. Por lo que fabriqué un paja para sorber el vino sin que se diera cuenta. ¡Y aún eso no fue lo peor! También se dio cuenta de esto y tapaba el vino con las manos siempre. ¡Lo que me faltaba! Claro está que no me iba a quedar así. Decidí hacer un agujero por debajo del jarrón y acurrucarme en sus piernas para poder beber como la imagen de debajo.
El problema vino cuando notó que le faltaba vino. Investigó y se dio cuenta del agujero. ¡Me rompió el jarrón en la cabeza!
Pero esa no fue la única jugarreta. Tuve otras también: una vez mientras él comía uvas de un racimo de dos en dos yo se las robaba de tres en tres, le cambié una longaniza por un nabo y muchas cosas más. Pero el las contaba a la gente y todos reían de lo listillo que yo era. Hasta que un día de lluvia me dijo que le llevara a la parte más estrecha de un arroyo para cruzarlo de un salto. Ya yo estaba cansado de que me tratara mal y lo coloqué delante de una columna. Entonces le dije que ya estaba y cuando saltó se dio de frente con ella cayó al suelo. Momento que yo aproveché para huir de él a otro pueblo.
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